“Pues hacemos alegría cuando nace uno de nos, ¡cuánto más naciendo Dios!” Por la Navidad, recordamos con gusto esos versos de Cristóbal de Castillejo, aquel monje cisterciense, natural de Ciudad Rodrigo, que sería secretario del archiduque Fernando, nieto de Fernando el Católico.
El poeta nos hace ver el ambiente de la España del siglo XVI, en que el nacimiento de un niño era fuente de alegría y de festejos familiares. Y con razón. El amanecer de la vida es siempre un don gratuito e impagable. Es una nueva razón para la esperanza.
Sin embargo, en este momento la vida de los niños está salpicada por la sangre, la blasfemia, la esclavitud y el desprecio.
• En primer lugar el “invierno demográfico” invade a muchos países, desarrollados en el campo técnico y económico. El índice de nacimientos ha disminuido de forma alarmante, hasta poner en peligro el equilibrio socio-económico del país.
• Además, la presión socio-política y mediática ha convertido el drama del aborto en una decisión aparentemente libre y liberadora. En muchas ocasiones el bebé ya concebido no se libra de la muerte de quienes más deberían esperarlo y defenderlo. La madre es una víctima.
• Por otra parte, la inmensa ola del divorcio deja heridos y frustrados a muchos niños, que son utilizados de muchas formas como arma arrojadiza por los esposos ya separados.
• En muchos países es habitual el secuestro de los niños, destinados a servir como “soldados” o como bombas humanas en ejércitos fantasmales. Muchos sufren continuos abusos sexuales. Y otros son utilizados como “canteras” de órganos para el comercio internacional de los trasplantes.
• Además, las leyes arrancan a los niños de la tutela familiar con el fin de inculcarles una ideología de género, que los deja perplejos ante la vida.
• Finalmente muchos niños y niñas encuentran como único interlocutor el teléfono celular, que además de ser su juego favorito, les ofrece un fácil acceso a la pornografía.
En vísperas de la Natividad de Jesús no podemos permitirnos el pesimismo. Pero bien sabemos que en la escenografía del “belén” siempre aparece la figura de Herodes. En estos tiempos son muchas las ocasiones en las que se violan todas las declaraciones de derechos de los niños.
Pero la Navidad nos invita a apostar por la esperanza. Es preciso despertar, escuchar la voz de los profetas que denuncian el asesinato plural de los niños y anuncian la posibilidad de luchar contra la cultura de la muerte, de la que hablaba san Juan Pablo II.
La Navidad es un canto de alegría por la vida, que llega a nosotros como un don y una fuente de esperanza. “Pues hacemos alegría cuando nace uno de nos, ¡cuánto más naciendo Dios!
El poeta nos hace ver el ambiente de la España del siglo XVI, en que el nacimiento de un niño era fuente de alegría y de festejos familiares. Y con razón. El amanecer de la vida es siempre un don gratuito e impagable. Es una nueva razón para la esperanza.
Sin embargo, en este momento la vida de los niños está salpicada por la sangre, la blasfemia, la esclavitud y el desprecio.
• En primer lugar el “invierno demográfico” invade a muchos países, desarrollados en el campo técnico y económico. El índice de nacimientos ha disminuido de forma alarmante, hasta poner en peligro el equilibrio socio-económico del país.
• Además, la presión socio-política y mediática ha convertido el drama del aborto en una decisión aparentemente libre y liberadora. En muchas ocasiones el bebé ya concebido no se libra de la muerte de quienes más deberían esperarlo y defenderlo. La madre es una víctima.
• Por otra parte, la inmensa ola del divorcio deja heridos y frustrados a muchos niños, que son utilizados de muchas formas como arma arrojadiza por los esposos ya separados.
• En muchos países es habitual el secuestro de los niños, destinados a servir como “soldados” o como bombas humanas en ejércitos fantasmales. Muchos sufren continuos abusos sexuales. Y otros son utilizados como “canteras” de órganos para el comercio internacional de los trasplantes.
• Además, las leyes arrancan a los niños de la tutela familiar con el fin de inculcarles una ideología de género, que los deja perplejos ante la vida.
• Finalmente muchos niños y niñas encuentran como único interlocutor el teléfono celular, que además de ser su juego favorito, les ofrece un fácil acceso a la pornografía.
En vísperas de la Natividad de Jesús no podemos permitirnos el pesimismo. Pero bien sabemos que en la escenografía del “belén” siempre aparece la figura de Herodes. En estos tiempos son muchas las ocasiones en las que se violan todas las declaraciones de derechos de los niños.
Pero la Navidad nos invita a apostar por la esperanza. Es preciso despertar, escuchar la voz de los profetas que denuncian el asesinato plural de los niños y anuncian la posibilidad de luchar contra la cultura de la muerte, de la que hablaba san Juan Pablo II.
La Navidad es un canto de alegría por la vida, que llega a nosotros como un don y una fuente de esperanza. “Pues hacemos alegría cuando nace uno de nos, ¡cuánto más naciendo Dios!
José-Román Flecha Andrés
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