domingo, 22 de enero de 2012

XII CURSO DE FORMACIÓN DE AGENTES DE PASTORAL FAMILIAR

El sábado, día 21, a las 17 h. tuvo lugar en el Seminario Diocesano de Ciudad Real la 1ª sesión del XII Curso de Formación de Agentes de Pastoral Familiar, con el título de "La Pastoral Familiar en la parroquia", tuvo dos partes,en la primera, D. Fernando Gª Cano Lizcano, párroco de la parroquia de El Pilar de Ciudad Real pronunció una conferencia sobre el tema propuesto. La segunda consistió en una mesa redonda donde se expusieron experiencias  de las parroquias de San Pedro de Ciudad Real, Argamasilla de Alba y San Bartolomé y Madre de Dios de Almagro.

Algunas fotos de la sesión:





LA   PASTORAL  FAMILIAR

EN   LA   PARROQUIA. 


FERNANDO GARCÍA-CANO LIZCANO (Párroco de Ntra. Sra. del Pilar. Ciudad Real)






INTRODUCCIÓN


            La riqueza doctrinal y teológica del Magisterio de la Iglesia referida al matrimonio y a la familia ha sido de tal calado en las décadas posteriores al Concilio Vaticano II, que se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que la pastoral de la Iglesia se ha recentrado en el matrimonio y la familia, encontrando así el eje transversal desde el que articular todas las tareas esenciales a su misión. Esa misión de la Iglesia sigue pudiéndose formular con Juan Pablo II del modo siguiente: “revelar a Cristo al mundo, ayudar a todo hombre para que se encuentre a sí mismo en él, ayudar a las generaciones contemporáneas de nuestros hermanos y hermanas, pueblos, naciones, estados, humanidad, países en vías de desarrollo y países de la opulencia, a todos, en definitiva, a conocer las “insondables riquezas de Cristo”, porque éstas son para todo hombre y constituyen el bien de cada uno” (RH, 11).
            Esa gran misión pasa por la familia, no sólo porque la Iglesia “está íntimamente convencida de que sólo con la aceptación del Evangelio se realiza de manera plena toda esperanza puesta legítimamente en el matrimonio y en la familia” (FC, 3), sino también porque “siguiendo a Cristo “venido” al mundo “para servir” (Mt 20. 28), la Iglesia considera el servicio a la familia una de sus tareas esenciales” hasta el punto de poder afirmar que “tanto el hombre como la familia constituyen el camino de la Iglesia” (CF, 2).
            De modo parecido se podría afirmar que toda pastoral eclesial pasa, de un modo u otro, por la Parroquia, no ya porque ésta sea una estructura organizativa de la Iglesia con la que hay que contar inevitablemente, sino porque precisamente le caracteriza una peculiar importancia que el propio Magisterio de la Iglesia ha destacado continuamente. “Cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar” (FC, 70).
            Hay que comprender y exponer adecuadamente cuál es tanto la gracia, como la responsabilidad que cada parroquia recibe del mismo Señor, acerca de la pastoral familiar. Gracias a Dios y a la responsabilidad que en la Iglesia han ejercido muchos fieles cristianos durante las pasadas décadas postconciliares se dispone hoy de todo un acervo doctrinal y teológico que puede renovar profundamente la pastoral de cualquier parroquia, no tanto por lo que se haga o deje de hacer (esencialmente las tareas no han cambiado, ni pueden cambiar), cuanto por cómo se realiza lo que hay que hacer. El modo de hacer ha de ser familiar, para que la parroquia cuente con una pastoral familiar naturalmente adherida a su propia estructura organizativa.
De esa manera se contribuirá eficazmente a la pastoral general de la Iglesia para el Tercer Milenio, que delineada universalmente en Tertio Millennio ineunte, está siendo concretada por cada Diócesis, teniendo siempre en cuenta las directrices y planes pastorales de las Conferencias Episcopales pertinentes. Una Parroquia es la concreción de esa comunión que define la naturaleza propia de la Iglesia Católica, de modo que “la comunión con la Iglesia universal no rebaja, sino que garantiza y promueve la consistencia y la originalidad de las diversas Iglesias particulares”, de manera tal que “éstas permanecen como el sujeto activo más inmediato y eficaz para la actuación de la pastoral familiar” (FC, 70). Esa dinámica pastoral de mutua comunión entre la Iglesia universal y las Diócesis, articulada a través de las parroquias será analizada en el primer capítulo, que pretende mostrar los cauces adecuados para que la programación general de la pastoral familiar en la Iglesia incida realmente en la vida pastoral de las parroquias.
            Desde la convicción de que esa incidencia o aterrizaje pastoral es posible en las parroquias se analizará a continuación, en el segundo capítulo, la transversalidad de la pastoral familiar en la organización de la vida parroquial. Ese estar presente en todos los campos y en todas las tareas ha de manifestarse tanto en la pastoral familiar específica, como en el tono familiar que puede fermentar la masa del conjunto de actividades pastorales que caracterizan la vida de una parroquia.
            Se puede formular, pues, entreviendo el horizonte al que reta la pastoral familiar, cómo sería deseable estructurar la pastoral parroquial más familiarmente de lo que hasta ahora ha venido siendo habitual en la praxis eclesial. Ese será el objeto del capítulo tercero.
            Las conclusiones a las que se llega después de haber realizado el itinerario propuesto son obvias: conviene reorganizar el servicio pastoral de nuestras parroquias en un tono más familiar, así como activar la especificidad de la pastoral familiar a través de los cauces estructurales que poseen las parroquias en su inserción arciprestal y diocesana. En ello está en juego no sólo acertar a trasladar al terreno pastoral, lo que cada vez es más evidente en el terreno teológico y doctrinal, sino seguramente el propio futuro y vitalidad del catolicismo en nuestras parroquias.

Capítulo 1



LA PROGRAMACIÓN DE LA PASTORAL EN LA IGLESIA Y SU INCIDENCIA EN LAS PARROQUIAS



            Desde la publicación en 1981 de la Exhortación Postsinodal Familiaris Consortio, que es considerada la carta magna de la pastoral familiar para la Iglesia Universal del postconcilio Vaticano II, se ha ido acogiendo progresivamente por parte de las Conferencias Episcopales la tarea de promover una adecuada implantación de la pastoral familiar en sintonía con las grandes líneas del documento aludido. A través de los Directorios de Pastoral Familiar emanados tanto de las Conferencias Episcopales[1] como de muchas diócesis pioneras, se ha ido articulando en las dos últimas décadas del pasado siglo XX y en los primeros años del siglo XXI todo un corpus pastoral que tiene el indudable valor de concretar para los contextos pertinentes la operatividad pastoral de esta urgente tarea en la Iglesia.
            Lo que conviene analizar, en todo caso, es el triple nivel de aterrizaje de esas grandes propuestas pastorales que emanan del Magisterio pontificio: la recepción por parte de las Conferencias Episcopales es la primera mediación necesaria para que se produzca la recepción a nivel diocesano, así como las Diócesis serán las que posibiliten la incidencia real de esas propuestas en la vida de las distintas parroquias. A esas mediaciones a veces se les añaden algunas más, tales como la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal, las Delegaciones Diocesanas de Familia y Vida y los respectivos Arciprestazgos o Vicarías territoriales en las que se organiza la vida de las Diócesis.
            El riesgo de esas mediaciones, siendo todas realmente necesarias, es el de no ser lo suficientemente incisivas en su eficacia, por más empeño que se ponga en cumplir las respectivas responsabilidades delegadas. En ese sentido conviene recordar que “el primer responsable de la pastoral familiar en la diócesis es el obispo” (FC, 73), que tiene el deber de apoyarse de modo particular en los presbíteros y diáconos, en los religiosos y religiosas, así como en los laicos especializados en orden a concretar la actividad pastoral en el terreno de la familia.
            A pesar de las dificultades normales a la hora de llevar a cabo la realización de las programaciones pastorales, en sus distintos niveles de operatividad (Iglesia Universal, Diócesis, Arciprestazgos, Parroquias...), no se puede ignorar lo positivo del hecho de que existan esas programaciones, que son el fruto maduro de toda una manera colegial de trabajar en la Iglesia y que se debe considerar, sin duda, como uno de los grandes frutos del Concilio Vaticano II, que fue ante todo un Concilio pastoral y precisamente por ello reclamaba ante todo una aplicación pastoral. Por ello resulta oportuno, aunque sea someramente, plantear cómo en la Iglesia española surgió la primera programación pastoral de la Conferencia Episcopal Española a raíz de la Visita Pastoral realizada por el Papa Juan Pablo II en 1982.[2] Entre los frutos pastorales de esa primera programación a nivel nacional destaca cómo ha sido cada vez más normal que todas las Diócesis tengan su programación pastoral, así como cada Parroquia, en la medida de lo posible.

1. LA PROGRAMACIÓN PASTORAL EN LA IGLESIA UNIVERSAL DEL POSTCONCILIO

            La institución del Sínodo de los Obispos, como fruto de la celebración del Concilio Vaticano II, fue, en mi opinión, un factor decisivo a la hora de mantener en la Iglesia no tanto una sinodalidad permanente, como algunos teólogos -más tarde disidentes- pretendieron, cuanto una colegialidad efectiva en el gobierno pastoral de la Iglesia Universal, que ha impreso el mismo tono colegial en el trabajo de las Conferencias Episcopales y de las Diócesis de todo el mundo. Ese nuevo estilo pastoral, que podría muy bien caracterizarse como ejercicio de la corresponsabilidad entre todos los fieles cristianos, bajo el pastoreo de la jerarquía, ha ido impregnando las distintas estructuras organizativas de la Iglesia postconciliar hasta el punto de marcar un salto cualitativo apreciable en la vida de cualquier parroquia del mundo.
Ya no se organiza la vida de una parroquia, por pequeña que sea, de manera autárquica y en desconexión con las parroquias limítrofes del mismo Arciprestazgo, zona pastoral o vicaría. Igualmente no se entiende la vida pastoral de una parroquia al margen de su pertenencia estructural a la Diócesis, de la que no sólo forma parte, sino de la que recibe una maternidad cristiana del todo singular.[3]
            Pues bien, lo mismo podría decirse de los niveles nacional y universal: ninguna parroquia vive aislada de las grandes líneas que pueda marcar la Conferencia Episcopal o el Magisterio Pontificio a través de sus programaciones o distintos documentos. Si bien la incidencia de esos niveles es mediada por las estructuras pastorales diocesanas, no cabe plantear cortocircuitos extraños a la comunión en la vida de la Iglesia, ya que dicha comunión define su propia naturaleza. Es cierto que en el postconcilio se han experimentado tensiones entre la particularidad y la universalidad de la misión de la Iglesia que han necesitado no sólo aclaraciones teológicas y doctrinales por parte del Magisterio,[4] sino el aprendizaje mutuo de cómo no hay competencia desleal entre ambas dimensiones, sino más bien mutuo enriquecimiento y garantía de auténtica catolicidad.
            La década de los ´70 del pasado siglo XX alumbró la exhortación pastoral Evangelii Nuntiandi de Pablo VI como fruto de la convicción de que la tarea pastoral de la Iglesia postconciliar debía centrarse en la evangelización.[5] Si aquel documento propició la celebración del Sínodo de 1977, centrado en la catequesis, no es menos verdad que también tuvo su continuación en el sínodo de 1980 sobre el matrimonio y la familia, con el añadido de que Juan Pablo II había convocado a la Iglesia universal a la preparación remota del Gran Jubileo del año 2000 desde la publicación de su primera encíclica Redemptor Hominis de 1979.[6]
            Parece evidente, a la hora de interpretar la intención pastoral del pontificado de Juan Pablo II, el hecho de que, con su Magisterio y con su empeño de programación pastoral universal del Jubileo del 2000, consiguió que la Iglesia Católica viviera un ritmo de coordinación pastoral de sus distintas programaciones, en los respectivos niveles, que no sólo era desconocido en la secular historia de la Iglesia, sino que debe considerarse como un logro eficaz de implantación de la corresponsabilidad auspiciada por el Vaticano II.
            Sólo desde el impulso a la programación pastoral logrado imprimir a la Iglesia por Juan Pablo II en sus largos años de pontificado puede entenderse adecuadamente la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte como un gran programa pastoral para el Tercer Milenio. El hecho de que el Papa Juan Pablo II afirme claramente que “no nos salvará un programa, sino una Persona, Jesucristo” no ha de malinterpretarse en el sentido de que las programaciones pastorales sean un estorbo para que llegue al mundo la salvación de Jesucristo, a través de su Iglesia. Antes al contrario, sin programación pastoral adecuada no cabe pensar que se está sirviendo a la evangelización de la mejor forma posible. No estorba racionalizar la misión pastoral, porque ésta, aun basándose obviamente en la primacía de la gracia de Dios, no anula en absoluto la ayuda y colaboración por nuestra parte.
Es más, hasta quien por autenticidad evangélica, como el Papa Benedicto XVI, dijo al llegar a la Cátedra de Pedro no tener más programa de gobierno pastoral de la Iglesia que cumplir la voluntad de Dios, en la medida en que va ejerciendo su ministerio petrino programa con auténtica perspicacia su agenda pastoral para el bien de la Iglesia universal y lo hace a través de medidas bien concretas, que van poniendo de manifiesto la existencia de una programación muy ponderada y tal vez no explícitamente mostrada. En ese sentido se podrá ir viendo a lo largo de su pontificado la línea programática que une tanto sus documentos magisteriales, como las iniciativas claramente pastorales que ya ha convocado para la Iglesia, como por ejemplo el Año de San Pablo o el Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, así como más recientemente el Año Sacerdotal.[7]

2. LA PROGRAMACIÓN PASTORAL EN LAS DIÓCESIS

            Las experiencias de programación pastoral a nivel diocesano son tan variadas e inabarcables como el número de Iglesias Locales que pueblan la tierra. Con todo, acotando el terreno al ámbito nacional español, ya se ha indicado en el apartado anterior cómo los primeros planes pastorales compartidos por la Conferencia Episcopal se remontan a inicios de la década de los ´80. Desde entonces hasta la fecha se han sucedido una serie de planes trienales, generalmente, que han ido marcando la dirección de las respectivas programaciones diocesanas. Se diría que la sintonía con los objetivos marcados por la Conferencia Episcopal ha sido no sólo algo positivamente buscado en las programaciones diocesanas, sino también un fruto de las mismas, puesto que en muchos casos el trabajo hacia objetivos conjuntos ha ido produciendo esa conjunción en la práctica, que no se logra sólo con buenas intenciones.[8]
            El resultado es que la práctica totalidad de las Diócesis está acostumbrada a trabajar pastoralmente en función de los objetivos que la programación diocesana le marque, así como en muchos casos la misma programación diocesana es fruto no sólo del trabajo de alguna comisión pastoral creada al caso, sino de la consulta y participación del entero Pueblo de Dios a través de las Parroquias y el resto de organismos diocesanos.[9] La bondad y las limitaciones de tal planteamiento resultan evidentes: por un lado la dinámica garantiza la participación e implicación de las bases eclesiales, que es algo muy positivo, pero, por otro lado, esas bases sólo por sí mismas no siempre son competentes para discernir lo que realmente conviene programar, sobre todo cuando se aprecia en sus sugerencias una desafección hacia las líneas programáticas del Magisterio de la Iglesia en general.[10]
            Otro aspecto conviene destacar respecto a las programaciones pastorales a nivel diocesano: en muchos casos los actores principales de sus objetivos y propuestas son las delegaciones diocesanas y organismos asimilados, de tal manera que también se comprueba la dificultad de aterrizar esas programaciones en todas y cada una de las parroquias de la diócesis. El engranaje de cooperación exigido por las distintas delegaciones y secretariados que componen el organigrama pastoral de una diócesis multiplica a veces las dificultades de incidencia real en la vida de las parroquias de sus propuestas e iniciativas, porque normalmente esas delegaciones actúan con intermediarios arciprestales o zonales, que a su vez tienen que traer y llevar a las parroquias la pertinente información. El riesgo de burocratización interna de la Iglesia, denunciado hace tiempo por voces autorizadas, hace realmente ineficaz lo que de suyo debiera facilitar las cosas, en lugar de entorpecerlas.
            Lo cierto es que esos conductos reglamentarios de la actividad pastoral de una diócesis debieran permanecer siempre fluidos, más que atascados por la complejidad con la que a veces se diseña su propio funcionamiento.
            Ciertamente coordinar en una Diócesis los trabajos y competencias del Consejo de Consultores, del Consejo Presbiteral, del Consejo Diocesano de Pastoral, de los Consejos Arciprestales de Pastoral (los CAP), de los Equipos de Presbíteros Arciprestales (los EPA) y de los Consejos Parroquiales de Pastoral constituye una tarea ardua, sobre todo si algunos de esos organismos no acaban de adquirir el rodaje que otros han demostrado ya, al consolidarse plenamente en sus funciones.

3. LA PROGRAMACIÓN PASTORAL A NIVEL PARROQUIAL

            A partir de la celebración del Congreso Parroquia Evangelizadora en 1988 la Iglesia en España puso especial interés en revitalizar las parroquias y renovar toda su pastoral. Un servicio muy importante prestó el Curso de renovación parroquial de Miguel Payá,[11] que resultó ser un instrumento imprescindible para trasladar la riqueza teológica y pastoral del aludido congreso a los agentes de pastoral de las parroquias, para que pudieran conocer y reflexionar toda esa riqueza doctrinal sobre la parroquia. La progresiva implantación de los Consejos Parroquiales de Pastoral en buena parte de la geografía española durante la década de los ´90 del pasado siglo se debe, sin duda, al impulso suscitado por aquella dinámica en tantas diócesis, que en muchos casos se vio acompañada por estupendos materiales de apoyo de distintos organismos diocesanos sobre la función y misión de los Consejos Parroquiales de Pastoral.[12]
            No resulta extraña la insistencia de esos materiales en destacar y subrayar la radicación de las parroquias en el seno de la Iglesia Particular o Diócesis para quien conozca la progresiva recepción de la eclesiología conciliar al respecto.[13] En efecto, no siempre en el postconcilio se resolvió con equilibrio la tensión entre particularidad y universalidad de la Iglesia en el seno de nuestras diócesis.[14] Y ello no sólo porque estaba por elaborar una eclesiología de la que hoy ya disponemos,[15] sino porque no era infrecuente pensar que el reto de la Nueva Evangelización podría prescindir de la aportación de las parroquias si éstas se resistían definitivamente al enriquecimiento pastoral que aportaban nuevas realidades eclesiales como determinados movimientos internacionales.[16]
Resulta muy ilustrativo, al respecto, el análisis que hacía D. Fernando Sebastián en 1991, al inicio de unas consideraciones sobre la relación entre las parroquias y la Nueva Evangelización: “El examen realista de la situación hace pensar que la incorporación de las parroquias al movimiento de la nueva evangelización es imprescindible para que sea la Iglesia entera la que se ponga en trance de evangelización. Para evitar la dificultad de movilizar unas instituciones con tantos problemas como son las parroquias, se puede pensar en apoyar la pastoral de nueva evangelización en asociaciones especializadas, formadas por cristianos selectos, sin sujeciones territoriales ni casi diocesanas. Los modernos Movimientos, las Comunidades Neocatecumenales, la Prelatura personal del Opus Dei, y otras asociaciones semejantes podrían ser ahora los instrumentos privilegiados de la nueva evangelización. De hecho en otros momentos de la historia de la Iglesia, las Órdenes religiosas en estrecha sintonía con los Papas fueron instrumentos de la renovación de la Iglesia. No dudo de que estas instituciones, como las Congregaciones religiosas, por su estructura, por la formación espiritual de sus miembros, pueden y deben ser promotores imprescindibles de la nueva evangelización en nuestras Iglesias. De hecho lo están siendo ya. Pienso, sin embargo, que si la nueva evangelización no prendiera en las parroquias y quedara sólo como objetivo propio de estas asociaciones especializadas, nunca podría llegar a ser una renovación de la vida y de la actuación de la Iglesia en nuestra sociedad... Si no se logra que el impulso de la nueva evangelización renueve y revitalice las parroquias, el resultado será crear más diferencias y alejamientos entre cristianos. Seguramente llegaríamos a tener grupos bien centrados en la pastoral misionera que piden los nuevos tiempos, pero el conjunto del pueblo se nos quedaría cada vez más inadaptado e indefenso por falta de atención pastoral adecuada. Aceptar una estrategia semejante sería tanto como aceptar un hundimiento progresivo de las comunidades parroquiales y un estrechamiento de la Iglesia a pequeños grupos de iniciados con abandono del pueblo sencillo y básico”.[17]
El amplio texto citado contiene las claves adecuadas para entender que, sin estorbar en absoluto la punta de lanza que suponen los nuevos movimientos eclesiales en muchos terrenos pastorales, el aterrizaje pastoral en las parroquias es fundamental y decisivo para que todo el Pueblo de Dios reciba las riquezas teológicas y pastorales del postconcilio.
Baste con lo expuesto hasta aquí para tener un plano de situación en torno al logro pastoral que supone para la Iglesia en la actualidad estar entrenada en la planificación pastoral[18] a distintos niveles: a nivel universal a través del Magisterio Pontificio, a nivel nacional a través de los planes pastorales y directorios de las Conferencias Episcopales, a nivel diocesano con los planes de pastoral que rigen las Iglesias Particulares y a nivel local, con las programaciones parroquiales pastorales que elaboran y ejecutan los Consejos Parroquiales de Pastoral cada vez más frecuentemente.
Con todo, el aspecto que interesa plantearse es en qué medida incide la programación de la pastoral familiar en la vida de las parroquias. El haber presentado en este primer capítulo una exposición de la programación pastoral general que se realiza en la Iglesia, a distintos niveles, era un ejercicio necesario para familiarizarse con un ámbito bastante desconocido por los fieles cristianos en general, que tal vez resulte más cercano sólo a los sacerdotes y a los seglares que colaboran en algunos de esos ámbitos de cooperación eclesial interna.
Es cierto que para muchos puede resultar un panorama excesivamente clerical o eclesiocéntrico, cuando la pastoral familiar está llamada a desempeñar su función no sólo en el interior de la Iglesia, sino fundamentalmente al servicio del mundo y de la sociedad. Pero no estorba conocer los entresijos del funcionamiento interno del organigrama pastoral intraeclesial, sobre todo para evitar que la desazón o impaciencia por hacer realidad la pastoral familiar en el seno de nuestras parroquias vaya acompañada de un desconocimiento básico del funcionamiento de esa estructura eclesial a la que se pretende enriquecer y no maltratar.
En ese sentido, conviene también saber que si en teoría la marcha pastoral de una parroquia no está sólo y exclusivamente en manos del sacerdote, en la práctica eso sucede con más frecuencia de lo deseable. El Código de Derecho Canónico de 1983 recomienda la existencia del Consejo Parroquial de Pastoral, a la vez que exige el Consejo de Economía. La praxis eclesial del postconcilio ha convertido la existencia del Consejo Parroquial de Pastoral, con carácter consultivo, en una obligación moral, ya que sin él todo sigue recayendo en la responsabilidad del sacerdote al que se le ha encomendado la misión canónica pertinente.
Sin que se consolide en las parroquias la existencia y el adecuado funcionamiento del Consejo de Pastoral es más difícil llevar a cabo una programación de la acción pastoral corresponsable que pueda incluir la constante revisión y evaluación de lo que se realiza entre todos. No digamos nada del campo de la pastoral familiar si no se cuenta con los sujetos activos de la misma, que son las propias familias, como subraya el Directorio de Pastoral Familiar de la Conferencia Episcopal Española en el párrafo que se cita a continuación: “Por ser la pastoral familiar una acción vertebradora de la pastoral de la Iglesia le corresponde a toda la comunidad eclesial la tarea de llevarla a cabo. Sin embargo, al ser la vida de las familias el fin de toda esta pastoral, las familias son también los sujetos primeros de la misma. En cuanto se dan en ella los distintos momentos y necesidades, sólo es posible una adecuada realización de la misma en la medida en que se provean los medios humanos y materiales necesarios para llevarlo a cabo. Esto obliga a la existencia y organización de personas y de estructuras especializadas, encaminadas a promover y favorecer la pastoral familiar”.[19]  




Capítulo 2

LA TRANSVERSALIDAD DE LA PASTORAL FAMILIAR EN TODA PASTORAL DE CONJUNTO


            En el terreno de la teología pastoral se suelen distinguir la pastoral general y las pastorales específicas. Con la primera se designa el conjunto de actividades orientadas a servir la misión de la Iglesia en su totalidad, mientras que con la segunda expresión se denomina a las actividades centradas en alguna parcela especializada de la actividad pastoral. Sin duda que la diferenciación y complementariedad entre la pastoral general y las distintas pastorales específicas es una tarea permanente para la marcha pastoral de las diócesis, que suelen tener estructurado su organigrama en función de ambas cosas.
Así, por ejemplo, las Delegaciones de Catequesis, Liturgia y Acción socio-caritativa van directas a servir los tres cauces fundamentales de la pastoral general de la Iglesia, mientras que el resto de Delegaciones y Secretariados (Apostolado Seglar, Vida Consagrada, Ecumenismo, Pastoral Familiar, Pastoral Universitaria, Pastoral Obrera, etc...) apuntan hacia tareas específicas, nunca equiparables a las tareas fundamentales o generales.[20] En las parroquias debieran confluir ambas líneas de trabajo pastoral, el general y el específico, si bien esto último resulta complicado y es algo muy a tener en cuenta a la hora de aterrizar en ellas una pastoral como la familiar, que actualmente se considera sólo una de las pastorales específicas.
            El cauce ordinario para conjuntar ambas líneas de trabajo pastoral es precisamente la programación pastoral. Los planes diocesanos de pastoral marcan las prioridades, los objetivos y calendarios para que tanto la pastoral general de las parroquias, como la pastoral específica promovida por las respectivas delegaciones diocesanas puedan estar en sintonía y constituyan realmente un trabajo común, realizado en comunión eclesial. A su nivel, las programaciones de la pastoral parroquial deben trasladar a su contexto social y eclesial las grandes líneas diocesanas de acción pastoral.
            Pues bien, cuando el Papa Juan Pablo II señaló claramente que “los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia”,[21] estaba apuntando a la transversalidad de la pastoral familiar en la pastoral de conjunto que se pretende analizar: ¿qué significa realmente esa transversalidad? Es lo que se va a profundizar en este segundo capítulo.

1. FAMILIA Y ACCIÓN PASTORAL

En la vida de la Iglesia todo es pastoral, puesto que todo contribuye, en mayor o menor medida, al trabajo evangelizador que caracteriza la misión pastoral de la Iglesia. Cuando se delimita la naturaleza específicamente pastoral de la misión de la Iglesia con la intención de diferenciarla de la acción política, por ejemplo, que no le compete a ella directamente, sino a los fieles laicos en virtud de su libertad y coherencia, simultáneamente ejercidas,[22] se suele malinterpretar esa aclaración pensando que la Iglesia es sencillamente irrelevante para la vida social.
            Nada más ajeno a la realidad. Lo demuestra continuamente el rechazo hostil que provoca en la opinión pública el permanente ejercicio de esa misión pastoral cuando, ceñida a los límites de su propia naturaleza, denuncia el maltrato social que padece la institución familiar en nuestra cultura y propone el protagonismo de la misma en la búsqueda de un auténtico cambio social.[23]
            Por ello plantear la centralidad de la familia cristiana en la acción pastoral de la Iglesia es apuntar simultáneamente hacia las cuatro misiones que le corresponde desempeñar, tal y como señaló Familiaris Consortio:[24]
a)      El servicio a la formación de una comunidad de personas.
b)      El servicio a la vida y la educación de los hijos.
c)      El servicio al desarrollo justo de la sociedad.
d)     El servicio a la vida y misión de la Iglesia.
Sería desenfocar la acción pastoral de la familia reducirla exclusivamente a la cuarta misión de las mencionadas, cuando realmente son también pastorales (¡y a qué nivel!) las tres primeras, que aparentemente podrían parecer poco o nada pastorales a una mirada excesivamente clericalizada. Este es un equívoco que conviene deshacer desde el principio para no programar una pastoral familiar clericalizada o reducida a tareas intraeclesiales, cuando la gran misión pastoral que le compete a la familia es ante todo una tarea extraeclesial en la sociedad y en el mundo. Toda la riqueza doctrinal expresada en la Exhortación postisonodal Christifideles Laici es aplicable estrictamente a la sana laicidad de la familia cristiana, que no está llamada ni a secularizarse,[25] ni a clericalizarse.[26]
            La salvaguarda de la plena inserción de la vida de las familias cristianas en los cauces sociales y culturales de su entorno es la primera garantía de la eficacia de su misión pastoral, que engloba esos cuatro servicios anteriormente aludidos de manera inseparable. En ese sentido hay que advertir que a pesar de la buena voluntad de muchos párrocos a la hora de implicar pastoralmente a las familias de su feligresía, deben ser conscientes del peligro de clericalización al que les exponen si las familias no saben calibrar debidamente la jerarquía de prioridades inherentes a la vida conyugal y familiar. Lo cual tampoco significa caer en esa especie de alergia a toda tarea intraeclesial que manifiestan a veces celosamente algunos laicos, exigiendo una salvaguarda de su laicidad que puede esconder no sólo una respetable timidez, sino sencillamente una falta de unidad de vida que resultaría más preocupante. Por tanto, ni familias que estén siempre en los salones parroquiales (como mete bancos y saca sillas), como si les costara salir de ellos, ni familias tan metidas en la sociedad y en el mundo que vivan una eclesialidad vergonzante y huidiza, que les haga rehuír todo compromiso pastoral intraeclesial. Es posible vivir con naturalidad, como lo hacen tantas familias, la condición cristiana en la sociedad y en la Iglesia, sin esquizofrenias ni hemiplejias.[27]
            Hechas esas precisiones resulta oportuno aclarar que es necesario centrarse en el servicio a la vida y misión de la Iglesia que la familia debe desempeñar, sin que eso signifique incurrir en la reducción clerical anteriormente criticada. Se da por descontado que no es precisamente la Iglesia la que tiene competencia directa, ni exclusiva, en las tres misiones extra-eclesiales a las que la familia debe servir, según señala FC, 70.
Sin duda que una prueba de fuego para constatar si la Iglesia está sirviendo debidamente a la familia en su pastoral general y específica, es comprobar en qué medida las familias cristianas están siendo alentadas y equipadas espiritualmente para cumplir esas misiones extra-eclesiales al servicio de la comunión de personas, al servicio de la vida y la educación y al servicio del desarrollo justo de la sociedad. 

2. LA PASTORAL GENERAL Y LA PERSPECTIVA FAMILIAR

            Como se ha explicado en el apartado anterior se denomina pastoral general en la Iglesia a las acciones eclesiales que sirven al ejercicio del triple munus en el que clásicamente se ha compendiado la entera misión de la Iglesia. Esa tríada la forman la acción litúrgica, la acción catequética y la acción caritativo-social en torno a las cuales se estructura la vida cotidiana de las parroquias, como células eclesiales básicas al servicio de la misión salvadora de Jesucristo.[28]
            Tradicionalmente, como se ha señalado, tanto la teología pastoral como la praxis eclesial y el mismo Concilio Vaticano II, han presentado las funciones eclesiales según el esquema tripartito del triple oficio de Cristo: sacerdote, profeta y rey, distinguiendo así un triple ministerio en la iglesia: litúrgico, profético y real.[29] Con todo, siguiendo en esto a Emilio Alberich, “parece más convincente y adecuada una división cuatripartita que puede apoyarse en la naturaleza sacramental de la Iglesia en cuanto signo e instrumento del Reino de Dios”,[30] de manera que habría que añadir a los clásicos kerigma, liturgia y diakonía, una cuarta función eclesial denominada koinonía.
La exposición magisterial más reciente de las tareas fundamentales de la Iglesia, referidas a la responsabilidad del Obispo en cada diócesis, sigue esa división cuatripartita cuando, en cuatro capítulos sucesivos, presenta al obispo en su diócesis como maestro de la fe y heraldo de la Palabra (capítulo 3), ministro de la gracia del supremo sacerdocio (capítulo 4), responsable del gobierno pastoral (capítulo 5) y servidor de la comunión de las Iglesias (capítulo 6).[31]
            De esa presencia de la koinonía, como una tarea eclesial básica, carece tanto el Directorio para los presbíteros,[32] como la Carta Circular El presbítero, maestro de la Palabra, ministro de los Sacramentos y guía de la Comunidad ante el Tercer Milenio cristiano,[33] documentos ambos de la Congregación para el Clero, que se ciñen al planteamiento clásico del triple munus. Incluso la exhortación postsinodal Ecclesia in Europa,[34] que presenta de manera muy novedosa la relación entre el Evangelio de la esperanza y el triple munus (anuncio, celebración y servicio de ese Evangelio de la esperanza), prefiere no añadir la koinonía a las tareas eclesiales fundamentales.
            Si se traen estos datos a colación es justamente porque iluminan sobre la lentitud  con que se incorporan a la teoría y a la praxis pastoral los planteamientos novedosos,  aun cuando sean enormemente respetuosos con los planteamientos más o menos clásicos. Y así cabe considerar también la propuesta de reorganizar en perspectiva familiar la pastoral general que se ejercita en las parroquias, a través de las tareas inherentes al triple munus, como algo clásicamente consolidado en la praxis eclesial habitual.
            En el terreno catequético la perspectiva familiar puede estar fácilmente presente desde las catequesis pre-sacramentales (bautismo, confirmación, primera comunión, matrimonio), hasta la formación específicamente familiar de los grupos de matrimonios que existan en una parroquia.
            En la praxis sacramental, particularmente en la Eucaristía dominical, la perspectiva familiar tiene tarea a la hora de conseguir algo tan sencillo como que las familias participen en la Misa juntos y visiblemente.
            En el campo socio-caritativo se puede crecer en perspectiva familiar cuando a la hora de trabajar en talleres de integración social, o de atender a drogodependientes o visitar a personas mayores en sus domicilios se sabe ver a la familia que hay detrás de cada una de esas personas o de la que carecen, precisamente por problemas familiares que deberían abordarse prudencialmente.
            En el despacho parroquial las consultas y problemas de la feligresía suelen ir unidos muchas veces a problemas familiares de todo tipo. Parece evidente que la perspectiva familiar está de hecho presente en la atención que se presta en un simple despacho parroquial.
            De todas formas el gran reto para afianzar la perspectiva familiar en la pastoral general de la Iglesia en las parroquias consiste en que de hecho en la vida de la parroquia haya más familias que personas individuales, cuando muchas de ellas, por no decir la mayoría, son casadas. ¿Acaso los que frecuentan la celebración dominical, participan como catequistas o voluntarios de Cáritas en nuestras parroquias no son gente casada en su mayor parte? Sí, pero se da un fenómeno sociológico muy curioso a la hora de ir a la Iglesia, bien sea a celebrar los sacramentos, bien sea a colaborar en cualquiera de las actividades que se realizan en ella: se trata del individualismo con el que se suele participar por parte de muchos fieles, que van a Misa sin su cónyuge, colaboran en la parroquia sin su cónyuge y casi siempre se les ve en la vida de la parroquia sin su cónyuge. Con todo respeto a las causas de la situación personal de cada cual –que es un mar sin fondo en el que habría que bucear-, se trata de un formidable reto pastoral que hay que afrontar y que puede estar en el origen de la desaparición de los matrimonios y las familias, como tales, de la vida de muchas parroquias.
            La finura con la que hay que tratar esta cuestión salta a la vista cuando, tratando personalmente a muchos de estos fieles, que son colaboradores habituales de las parroquias, se llega a saber cómo en muchos casos el marido no acompaña a la mujer en su vida de fe o ambos la viven de manera separada habitualmente, por hábitos adquiridos que ha ido generando una sociología media del practicante católico en el que es abrumadoramente mayor el número de mujeres que de hombres. No digamos nada de la reducción mental que supone pensar que la Iglesia es cosa de mujeres, en la que viven instalados muchos pueblos de la geografía manchega desde hace décadas... El problema es serio y la manera de afrontarlo pastoralmente creo que debe ir en la línea de visibilizar a las familias que acuden a la vida de la parroquia en cuanto tales.

3. LA PASTORAL FAMILIAR Y LAS DEMÁS PASTORALES ESPECÍFICAS

            Resulta obvio que para las personas implicadas en cualquier trabajo pastoral especializado, la tarea más urgente de la pastoral en general consiste en asumir la importancia y urgencia de lo que su pastoral especializada brinda, hasta llegar a conseguir que esa pastoral en concreto deje de ser considerada como algo sectorial o especializado, pasando así a tener la consideración de algo así como: esto nos compete a todos en la Iglesia, no sólo a unos cuantos.[35]
            Quien ha trabajado en cualquier campo de la pastoral especializada durante el postconcilio sabe bien que esa experiencia es muy común, sobre todo cuando no se logra consolidar la tarea encomendada, o sencillamente se comprueba que en las parroquias se piensa y actúa como si eso no fuera con ellos.[36] Lo cierto y verdad es que a cualquier parroquia, por pequeña que sea, llegan al año tal número de reclamos pastorales desde la Vicaría General, como desde todas y cada una de las Delegaciones Episcopales y otros organismos arciprestales, que se comprende la sensación que a veces puede tener el párroco que se limita a abrir las cartas y a tirarlas directamente a la papelera, no por nada, sino porque honestamente no hace falta que le digan en absoluto lo que tiene que hacer, puesto que ya lo sabe él y su Consejo Parroquial de Pastoral, si lo tiene.
En ese sentido, hay que contar con que la ilusión y premura con la que se quiere brindar algo que se considera realmente importante o incluso decisivo desde las pastorales sectoriales, para lograr su inserción en la pastoral general de las parroquias no puede ignorar ni los tiempos ni los cauces a través de los cuales se puede generar acogida y aceptación, más que rechazo y sensación de agobio. Esos tiempos y cauces adecuados son, por supuesto, los de la organización parroquial, arciprestal y diocesana, pero también los biorritmos personales de cada uno en particular, que nunca conviene ignorar y siempre tener muy en cuenta.
Parece innegable que todavía no se ha logrado equilibrar el influjo enriquecedor de las pastorales específicas con la pastoral general de las parroquias, debido muchas veces al afán acaparador de centralidad que cada una de esas pastorales reclama para sí misma, con un convencimiento que en algunos casos paraliza y desanima, más que mover a la colaboración. Esa armonía entre pastoral general y pastoral diversificada está sencillamente por construir y para ello resultan decisivos no sólo los Consejos Parroquiales de Pastoral, que serían en última instancia los órganos realmente competentes para establecer un discernimiento al respecto, sino sobre todo los organismos arciprestales (el Equipo Presbiteral Arciprestal –EPA- y el Consejo Arciprestal de Pastoral –CAP-), que normalmente son los generadores de ese aluvión de reclamos y ofertas pastorales de todo tipo a comunidades parroquiales que, tantas veces, por desgracia, forman muy pocas personas. Es a nivel arciprestal donde queda mucho por hacer en orden a reducir la burocratización interna de la Iglesia, porque en última instancia el aterrizaje territorial de la amplia gama de pastorales especializadas, que impulsan a nivel diocesano las delegaciones episcopales, no hay suelo humano que lo aguante si se pretende convertir el organigrama arciprestal y el parroquial en un calco de las 20 delegaciones episcopales que configuran el organigrama diocesano. Por ello es necesaria una labor de criba de lo realmente necesario y un discernimiento pastoral que ayude a jerarquizar la importancia real de todas y cada una de las pastorales específicas que puedan existir en un territorio.
En ese sentido, se comprenderá que no se trata de establecer una competencia desleal sobre el relieve que puedan y deban tener las distintas pastorales específicas, pero sí que parece evidente que entre ellas la pastoral familiar goza de una centralidad y urgencia que no necesitan muchas explicaciones. Captar que urge potenciar la pastoral familiar a todos los niveles, hasta lograr una implantación real de la pastoral familiar en todas las parroquias, no puede molestar a ningún cristiano que esté implicado en otras pastorales especializadas. Todas son necesarias, por eso existen, pero no todas son igualmente urgentes. Por ello priorizar el desarrollo de la pastoral familiar en toda su especificidad como un campo pastoral con identidad propia, no puede separarse de afrontar la reorganización en perspectiva familiar de toda la pastoral general de las parroquias. Ambos movimientos forman parte de un mismo impulso, por cuanto la pastoral general que adopte la perspectiva familiar será caldo de cultivo para que brote la pastoral familiar especializada, a la vez que ésta no tiene sentido si se cierra en sí misma y no colorea de tono familiar la vida pastoral de la parroquia entera. No se puede ignorar, como es obvio, que todos los implicados en cualquier pastoral especializada tienen un referente familiar en sus vidas y no siempre se aprovecha pastoralmente esa realidad. Por tanto, cabe plantear a todas y cada una de las pastorales específicas que adopten la perspectiva familiar que se desea para la pastoral general de las parroquias. Ello no les quitará nada de lo que ya tienen conforme a la naturaleza propia de su identidad, pero sí que les aportará algo que redundará en beneficio de la centralidad de la pastoral familiar respecto al resto de pastorales especializadas.











Capítulo 3

LA PASTORAL DE UNA PARROQUIA ESTRUCTURADA FAMILIARMENTE



            Se trata ahora de plantear orgánicamente lo que supone para la vida pastoral de una parroquia adoptar una estructuración familiar en la doble línea que se ha abordado a lo largo de los capítulos anteriores, es decir, dando una perspectiva familiar a la pastoral general e impulsando una pastoral familiar específica, que en muchos casos pivotará sobre los movimientos familiaristas. Ese será, por tanto el itinerario que recorrerá el presente capítulo, comenzando por el estudio de Consejo Parroquial de Pastoral y su relación con la familia.

1. EL CONSEJO PARROQUIAL DE PASTORAL Y LA FAMILIA

            El canon 536 de Derecho Canónico dice literalmente: “& 1. Si es oportuno, a juicio del Obispo diocesano, oído el consejo presbiteral, se constituirá en cada parroquia un consejo pastoral, que preside el párroco y en el cual los fieles, junto con aquellos que participan por su oficio en la cura pastoral de la parroquia, presten su colaboración para el fomento de la actividad pastoral. & 2. El consejo pastoral tiene voto meramente consultivo, y se rige por las normas que establezca el Obispo diocesano”.[37] Ya se ha aludido en los capítulos anteriores a la progresiva implantación de esta realidad pastoral, que como se puede comprobar en el texto citado es aconsejada por el CIC de 1983 en los términos señalados. La realidad de los Consejos pastorales a nivel diocesano e infradiocesano (entiéndase fundamentalmente a nivel parroquial) es hoy, 25 años después de la promulgación del CIC, algo que ha cobrado una importancia pastoral de primer orden y que tal vez no era muy apreciada en esa línea durante los años inmediatamente posteriores a 1983.[38]
            El desarrollo postcodicial de este organismo consultivo en la práctica totalidad de las diócesis españolas manifiesta que se trata de un instrumento al servicio de la actividad pastoral de primera importancia, que pone de manifiesto cómo “uno de los principios informadores del nuevo derecho parroquial es la mayor apertura hacia la participación de los fieles en la vida de la parroquia, que es sustancialmente comunidad constituida no sólo por el párroco, sino también por el pueblo”.[39]
            Si bien el consejo de asuntos económicos tiene carácter preceptivo (c. 537), mientras que el consejo parroquial de pastoral es facultativo, como señala A. Viana, “aunque se trate de colegios diversos por la obligatoriedad de su existencia y por sus funciones, puede ser aconsejable en muchos casos –por un motivo de coordinación y de economía organizativa- agrupar el consejo económico y el pastoral en un solo colegio consultivo del párroco con funciones pastorales y económicas”.[40] De hecho, tal agrupación es la que suele darse en la práctica a través de estatutos marco que establecen la existencia de 4 comisiones fundamentales en el Consejo Parroquial de Pastoral: la Comisión de Evangelización, la Comisión de Liturgia, la Comisión Caritativo-Social y la Comisión Económica.[41]
Pues bien, en esos Consejos constituidos en función de unos estatutos canónicos, no será fácil encontrar muchos que consideren el sector de la Pastoral Familiar tan esencial como para merecer una Comisión específica, así como para prestarle la debida importancia a su transversalidad, o sea, a la necesidad de que incida en la articulación del conjunto de la pastoral parroquial. En ese sentido, lo más habitual suele ser la existencia de las cuatro comisiones anteriormente aludidas: la Comisión Económica (exigida por el CIC incluso si no hay Consejo de Pastoral como tal), la Comisión de Evangelización (que engloba las actividades catequéticas, normalmente sectorializadas por edades: infancia-primera comunión, preadolescencia-confirmación, jóvenes-postconfirmación, adultos y otros movimientos evangelizadores); la Comisión de Liturgia ( que engloba los grupos de lectores, acólitos, coros, cuidado del templo y ornamentos...) y, finalmente, la Comisión Socio-Caritativa (a la que pertenecen los voluntarios de Cáritas, atención a los enfermos y mayores...).
            Lo normal suele ser, pues,  la inexistencia de una Comisión de Familia y Vida en los Consejos Parroquiales de Pastoral. No es que todo se solucione por el hecho de que se cree una comisión más, sino que es importante constatar cómo si no existe, de hecho,  es fácil que obedezca a la falta de una realidad de pastoral familiar que se refleje en esa comisión específica. De cara a facilitar la implantación parroquial de la pastoral familiar a la luz del Directorio nacional no sería poco logro avanzar en la creación de una comisión específica de Familia y Vida en los consejos parroquiales de pastoral, o en su caso de una subcomisión dentro de la Comisión de Evangelización, como un primer signo de que algo empieza a cambiar y a realizarse. Aunque lo ideal es que entre las personas que forman parte del Consejo Parroquial de Pastoral haya muchos matrimonios, en lugar de personas individuales, si bien muchas de ellas son casadas. Y es que lo que no se visibilice en la estructuración del organigrama parroquial corre el riesgo de pasar inadvertido, pensando que es algo que pertenece a los presupuestos que nunca precisan explicitarse. Por eso el principio de visibilidad de la familia en la vida pastoral de la parroquia es una clave importante para recorrer las tareas fundamentales de la actividad parroquial, porque sugiere posibles actuaciones que hagan realidad esa perspectiva familiar en la pastoral general de las parroquias. 

2. VISIBILIDAD DE LA FAMILIA EN LA VIDA PASTORAL DE LA PARROQUIA

La fuerza del testimonio de familias jóvenes que viven su fe con naturalidad  puede ser el gancho pastoral que atraiga a otras personas y que provoque la sana envidia de vivir la fe en familia a tantas personas que no lo hacen así, pero podrían hacerlo.
Ciertamente ese planteamiento puede por sí mismo renovar el conjunto de actividades pastorales que se realizan en cualquier parroquia y que abarcan las clásicas funciones eclesiales de anunciar el evangelio, celebrarlo y servirlo, por utilizar las expresiones de la Exhortación postsinodal Ecclesia in Europa.
Respecto al anuncio del Evangelio, competencia de la Comisión de Evangelización de una parroquia, se podría ver en qué medida conviene mantener una oferta tan sectorializada de la catequesis en función de la edad de los niños, o si más bien se puede implicar a las familias como protagonistas y destinatarios, a la vez, de la acción pastoral catequética con sus hijos. Esa es la línea en la que se está impulsando toda una renovación pastoral de la iniciación cristiana, que tiene sus referentes en algunos documentos episcopales verdaderamente fundamentales [42] y que sin el suelo de la familia como Iglesia doméstica no se hará nunca realidad.
Sobre el campo celebrativo, competencia de la Comisión de Liturgia de la Parroquia, cabe revisar las posibilidades familiares que brindan la celebración de los sacramentos de esa iniciación cristiana, anteriormente aludida. Pero no se debe descuidar la importancia de una orientación familiar doctrinal ni en la predicación dominical, ni en la recepción del sacramento de la penitencia,[43] por cuanto se trata de elementos básicos para la coherencia de la vida cristiana de los fieles casados, que repercuten visiblemente en el testimonio de las familias que viven su adhesión al Magisterio de la Iglesia con toda naturalidad. Por descontado que la preparación para la celebración del Matrimonio reviste una importancia tan singular que no cabe reducirla a su etapa inmediata, con la celebración de los cursillos prematrimoniales,[44] sino que al menos debe impregnar también, como mínimo, la educación afectivo sexual[45] que la parroquia brinde en el proceso catequético de preparación a la Confirmación y Post-confirmación, en estrecha colaboración de catequistas y padres.
Desde la actividad socio-caritativa que se desarrolla en las parroquias a través del voluntariado de Cáritas y otras organizaciones (grupos de S. Vicente de Paúl, Frater, Legión de María, etc...) la perspectiva familiar de su acción evangelizadora viene como anillo al dedo para reforzar el trabajo que hacen, que siempre tiene como destinatarios a personas que o carecen de familia o están insertos en familias con problemas de integración social o desestructuración familiar. Son cauce adecuado, por tanto, para hacer realidad en muchos casos esa pastoral con matrimonios en casos difíciles o en situaciones irregulares, que describió perfectamente Familiaris Consortio en el último apartado de su cuarta parte.[46]
Especial importancia tiene también la perspectiva familiar en el talante pastoral con que desarrolle su servicio ministerial el párroco y los demás sacerdotes que trabajen en la parroquia. Es este un aspecto que merecería mayor atención del que se le ha prestado, no sólo porque repercute existencialmente en la madurez afectiva del propio sacerdote, sino porque su vida misma puede desarrollarse a veces en la carencia más absoluta de un ambiente familiar en su propia casa parroquial, con la carga añadida de estar llamado a servir una perspectiva familiar de la que él muchas veces carece como experiencia personal. De ahí la conveniencia de que los sacerdotes puedan vivir en auténticos hogares familiares, que admiten multiplicidad de concreciones en función de las posibilidades personales y del contexto social y cultural en el que se viva.
Con ello queda más o menos planteado el amplísimo abanico de posibilidades que brinda la vida parroquial para darle una perspectiva familiar a la actividad pastoral general, contribuyendo de esta manera a que se visibilice la familia en el seno de estas comunidades eclesiales básicas llamadas parroquias.

3. MOVIMIENTOS ECLESIALES Y PARROQUIA

            Durante el Postconcilio la relación entre los movimientos eclesiales y las diócesis ha sido generalmente problemática y esa difícil situación ha tenido su repercusión en las parroquias.[47] No han faltado alientos positivos en la búsqueda de un mutuo entendimiento entre los movimientos apostólicos y las parroquias,[48] pero la sinergia entre ambas sólo se ha ido vigorizando desde la celebración festiva del primer encuentro de los movimientos eclesiales en el Vaticano, durante la víspera de Pentecostés de 1998. Sólo trabajosamente se ha ido admitiendo la riqueza que suponen los movimientos eclesiales para la pastoral de las diócesis, en orden a llevar a cabo la nueva evangelización.[49]
Esa percepción, aun con los matices que en el caso de cada movimiento en cuestión haya que hacer, es la que ha extendido a la Iglesia universal el Papa Benedicto XVI tras la celebración de un segundo encuentro de todos los movimientos eclesiales en el Vaticano, durante la víspera de Pentecostés de 2006. La riqueza de las alocuciones papales, tanto de Juan Pablo II, como del Papa actual, en tales ocasiones reseñadas, ayuda a despejar un panorama futuro de mutua estima entre los movimientos y las parroquias en la pastoral de los próximos años.[50]
            Los movimientos familiaristas gozan de buena salud, una vez despejadas los malentendidos aludidos y otros más específicamente referidos a ellos, a propósito de la crisis eclesial tras la Humanae Vitae.[51] La verdad es que la hondura de esa crisis doctrinal en el seno de la Iglesia no sólo ha afectado profundamente a la teología moral postconciliar,[52] sino a la misma convicción acerca de la necesidad de instituciones eclesiales específicamente referidas a promover la bondad del matrimonio y la familia, que mantuvieran una clara adhesión al Magisterio de la Iglesia.[53]
            Lo cierto y verdad es que basta asomarse a determinadas parroquias para comprobar la presencia de familias cuyos cónyuges pertenecen a una larga lista de movimientos eclesiales, que mantienen una sintonía claramente envidiable con todo lo referido a la pastoral familiar, así como al Magisterio de la Iglesia. Eso es realmente lo decisivo para poder trabajar en una doble dirección: que en las parroquias se conozca y promueva esa riqueza eclesial que poseen los movimientos, a la vez que éstos aprenden a insertarse adecuadamente en la vida pastoral de esas estructuras eclesiales, que tienen una naturaleza propia bien definida.
De todas formas, no sólo por delimitar bien las competencias de cada uno en su terreno, sino para facilitar ese mutuo entendimiento que tantas veces se echa en falta bastaría hacerse cargo de que son los movimientos quienes pueden realmente impulsar una pastoral familiar específica en el seno de nuestras parroquias, así como es claro que ésta necesita extender la perspectiva familiar a toda su pastoral general y para ello no siempre serán las personas más idóneas quienes pertenecen a determinados movimientos familiaristas, aunque todo dependerá del grado de conocimiento de la vida parroquial que se tenga. Por tanto, el criterio de excluir a priori de la pastoral general de las parroquias a quienes pertenecen a movimientos eclesiales es un error práctico, porque no se puede generalizar el principio de que los laicos de movimientos van a lo suyo, como si no fuese también realmente lo nuestro. A la vez que, efectivamente, el trabajo al servicio de la pastoral general en la Iglesia exige una capacitación que muchos movimientos no brindan en su formación específica y que normalmente se adquiere con el rodaje de la vida parroquial: ¡a caminar se aprende andando!
Es deseable que haya cada vez más párrocos realmente satisfechos de la experiencia de comunión y enriquecimiento que brindan los movimientos eclesiales en el trabajo pastoral de sus parroquias, así como es exigible que los sacerdotes conozcan la peculiaridad de los distintos movimientos apostólicos y respeten su identidad gozosamente, como el mejor servicio a la comunión que pueden darles.
Como expresó hace años D. Fernando Sebastián de manera clarividente, “la parroquia, entendida como comunidad de comunidades” comprende diversos grupos, asociaciones, movimientos, “comunidades de talla humana”, etc., que comparten, desde sus peculiaridades propias, los bienes comunes de toda la comunidad parroquial. Estas pequeñas comunidades, no pueden vivir cerradas sobre sí mismas,  ni pueden sustituir a la amplitud eclesial de la parroquia, sino que tienen que abrirse a la vida general de la parroquia y de la diócesis, ocupando su sitio en el proyecto común parroquial y diocesano de vida y de acción apostólica. Todos los grupos particulares han de vivir como propios los bienes comunes y los proyectos de la parroquia y de la Iglesia local entera, por eso mismo todos se reúnen en una misma celebración, especialmente en la gran noche de la Vigilia pascual y en las grandes celebraciones cristianas”.[54]
Esa es la tarea y el reto a la vez: dejarnos educar mutuamente las parroquias y los movimientos, que en su mayor parte tienen un anclaje natural en la vida de las parroquias.[55]


















CONCLUSIONES

            El recorrido realizado permite plantearse seriamente la pregunta acerca de la utilidad práctica del punto de vista adoptado: ¿es realmente lo más eficaz para implantar la pastoral familiar en el ámbito de las parroquias el apuntar hacia las tareas de programación que competen al Consejo Parroquial de Pastoral? ¿No será esa apuesta un error estratégico que agoste en la burocracia eclesial interna las posibilidades de renovación que la misma pastoral familiar es capaz de impulsar?[56]
            Puede que no haya mejor cauce para implantar la riqueza de la pastoral familiar en las parroquias que el aterrizaje de toda esa propuesta en el engranaje del Consejo parroquial de Pastoral. Un inconveniente serio para tal aterrizaje sería ciertamente la inexistencia de ese organismo en la vida de muchas parroquias, pero no se me negará que el intento de organizar una pastoral familiar en una parroquia que carezca de esa básica organización que es el Consejo Parroquial de Pastoral es como intentar construir la segunda planta de un edificio sin haber levantado la primera. Por ello, va de suyo que, donde no exista ese consejo de pastoral a nivel parroquial, la urgencia de apuntar hacia una mínima organización de la pastoral familiar será la ocasión que propicie la creación y la orientación básica de ese organismo necesario, que es el Consejo Parroquial de Pastoral.
            Resulta desolador para los responsables de la Delegación de Pastoral Familiar de cualquier Diócesis no tener siquiera, al menos, la referencia de un matrimonio por cada parroquia, que pueda acoger la información que a lo largo del curso pastoral envían a las parroquias, invitando a participar en actividades de las que, a veces, resulta imposible en la práctica que los mismos matrimonios se enteren.
Si se urge a los párrocos a realizar algo tan sencillo como designar un matrimonio en la parroquia que pueda ser cauce de comunión con las actividades que la Pastoral Familiar Diocesana organiza, el resultado final es que el listado queda bastante incompleto en la mayor parte de la diócesis... Eso no indica necesariamente una falta de sensibilidad hacia este campo pastoral, sino que muestra cómo hay problemas prácticos que no se resuelven sólo con buenas dosis de teoría, sino con la voluntad de afrontar una reorganización de la vida de la parroquia en tono familiar. Dicho con otras palabras, tal vez no faltasen matrimonios en las parroquias para poderles pedir algo tan sencillo como responsabilizarse de acoger y divulgar las actividades que organiza una delegación diocesana, u otro tipo de cosas, si realmente hubiera matrimonios en la vida de la parroquia; todo apunta a que seguramente la carencia de familias en la vida de la parroquia es el mal que evidentemente aqueja a muchas parroquias.
“Por ser la pastoral familiar una acción vertebradora de la pastoral de la Iglesia, le corresponde a toda la comunidad eclesial la tarea de llevarla a cabo. Sin embargo, al ser la vida de las familias el fin de toda esta pastoral, las familias son también los sujetos primeros de la misma”.[57] La pastoral familiar no consiste en hacer cosas con las familias, pensando que el que tiene que hacerlas es el cura. El cambio de perspectiva respecto a lo que se ha considerado durante años pastoral familiar es evidente si se subraya que los principales agentes de esa pastoral son las propias familias, que como no puede ser de otra manera, organizan su vida con la autonomía  y creatividad que les corresponde.
Saberse servidor de la vida de las familias es un horizonte pastoral adecuado para los sacerdotes, que tantas veces están confusos sobre este campo de la pastoral tan concreto y tan urgente a la vez. Servir ministerialmente la vida de las familias incluye un conjunto de actividades que lógicamente se pueden concretar y detallar en la vida pastoral de la parroquia para estructurarlas en perspectiva familiar. Eso no impide que en el seno de las parroquias se inserte la pastoral familiar específica que normalmente tienen capacidad de impulsar los distintos movimientos eclesiales, particularmente los familiaristas. Ambas coordenadas, la pastoral general de la parroquia estructurada en perspectiva familiar y la pastoral familiar específica, gestionada por feligreses con o sin adhesión a los movimientos eclesiales, son la clave para articular una incidencia real en las parroquias de la programación de la pastoral familiar que la Iglesia viene promoviendo a distintos niveles (universal, nacional y diocesano), que carecerían de sentido si no fuera para aterrizarlos en el nivel básico de la pastoral eclesial: el de las parroquias.
Pero en toda esa tarea la función del Consejo Parroquial de Pastoral resulta imprescindible para canalizar todas las tareas necesarias y lograr una auténtica estructura organizativa en la que sustentar las propuestas de renovación que la pastoral familiar brinda. Por todo ello parece que un cauce adecuado para extender la pastoral familiar en las parroquias será apoyar toda la dinámica pastoral que vaya en la línea de crear y fortalecer los Consejos Parroquiales de Pastoral. En esa onda se sitúan muchas programaciones pastorales diocesanas actuales,[58] con las que es preciso esforzarse por converger, para que no se malinterprete toda la pastoral familiar como una oferta más de las pastorales específicas, que piden su hueco en el organigrama parroquial. ¿Cómo lograr esa conjunción?
El primer paso para caminar hacia esa conjunción de fuerzas es formar y sensibilizar a los miembros de los consejos parroquiales de pastoral en torno a esa temática y plantearles cómo es posible dinamizar y revitalizar tales estructuras desde algo tan sencillo como urgir la presencia de matrimonios y familias en su seno.[59] Si entre los miembros que componen un consejo parroquial de pastoral no hay matrimonios y familias enteras (los hijos, los abuelos, por ej.) difícilmente calará la orientación familiarista de la pastoral, ni la necesidad de una pastoral específicamente familiar en las parroquias. Por tanto urge empezar por familiarizar el propio consejo parroquial de pastoral. Esa es una tarea que exige tacto y prudencia pastoral, sobre todo por parte del Párroco.
No se trata de excluir a ningún feligrés del acceso a ese órgano de corresponsabilidad, especialmente a las reuniones de los tres plenos que durante un curso pastoral se celebran ordinariamente, pero sí que se puede -con toda intención- pedir la colaboración de feligreses que habitualmente participen como matrimonio en la vida de la parroquia, para así garantizar esa visibilidad de la familia en el seno del propio Consejo Parroquial de Pastoral. Lo que se debe evitar es que los miembros de la feligresía que representan la vida pastoral de una parroquia sean exclusivamente personas casadas que, sin embargo, no viven su fe en familia, bien porque uno de los cónyuges no acompaña, bien porque los hijos dejaron de practicar. También pueden y deben estar esos feligreses en nuestros consejos de pastoral, pero rodeados de mayor número de feligreses que vivan una situación más ideal y no por ello menos existente, no sea que nos descuidemos hasta el punto de encontrarnos un consejo de pastoral compuesto por bastantes señoras, algún bendito varón y el pobre cura.
En segundo lugar, una vez conseguida la presencia de varios matrimonios en el Consejo Parroquial de Pastoral, se puede abordar la presentación del horizonte de renovación pastoral de la Parroquia y de su programación en tono más familiar. El simple conocimiento de ese horizonte es algo a lo que tal vez no se han asomado los miembros del Consejo Parroquial de Pastoral y que puede constituir la labor de todo un curso pastoral a través del material que se estime oportuno.
Finalmente, será imprescindible que surjan grupos parroquiales de matrimonios o que se incorporen a su vida pastoral los movimientos familiaristas que existen en la vida de la Iglesia en la actualidad. Si bien el orden de estos tres pasos apuntados puede abordarse indistintamente, sin que el orden de los factores altere el producto final, no se puede pensar lo mismo del resultado final si éste no consigue que realmente la pastoral familiar quede encajada a través del conducto reglamentario en la vida de la parroquia, es decir, a través de la coordinación pastoral que el Consejo Parroquial de Pastoral está llamado a ejercer como sujeto ineludible. Sin ello, tal vez no sólo dejaría de hacerse algo debido, sino que la presencia de posibles grupos matrimoniales o de movimientos eclesiales en la parroquia se quedaría sin incidir realmente en la transformación y revitalización pastoral de toda la vida de la parroquia en su conjunto. Ese es el reto y la pastoral familiar, en el seno de las parroquias, puede ser el camino para afrontarlo con ilusión y esperanza. Compartir  ese horizonte pastoral el párroco y un estrecho grupo de familias parece el camino más práctico para ser operativos a través del Consejo Parroquial de Pastoral, que tiene por misión estructurar y hacer públicamente compartida la vida cristiana de una comunidad parroquial, en la que todos los miembros asuman sus respectivas responsabilidades.







BIBLIOGRAFÍA


Documentos del Magisterio de la Iglesia:

JUAN PABLO II, Redemptor hominis, PPC, Madrid 1979.
-          Familiaris Consortio, Paulinas, Madrid 1981.
-          Tertio Millennio Adveniente, Palabra, Madrid 1994.
-          Novo Millennio Ineunte, Paulinas, Madrid, 2001.
-          Ecclesia in Europa, Paulinas, Madrid 2003.
-          Pastores gregis, Paulinas, Madrid 2003.

BENEDICTO XVI, Los movimientos en la Iglesia, Paulinas, Madrid 2006.

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública, Edice, Madrid 2002.

CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA, Enchiridion de la Familia, Palabra, Madrid 2000.

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, El servicio a la fe de nuestro pueblo, Edice, Madrid 1982.
-          Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, Edice, Madrid 1991.
-          La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1999.
-          La familia, santuario de la vida, Paulinas, Madrid 2001.
-          Orientaciones pastorales para la iniciación cristiana de niños no bautizados en su infancia, Edice, Madrid 2004.
-          Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, Edice, Madrid 2004.


Documentos y materiales de otros organismos eclesiales:

CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio de los presbíteros, Ciudad del Vaticano, Roma 1994.

CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El presbítero, maestro de la Palabra, ministro de los Sacramentos y guía de la Comunidad, ante el Tercer Milenio Cristiano, Ciudad del Vaticano, Roma 1999.

COMISIÓN EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR, Preparación al matrimonio cristiano, Edice, Madrid 2001.

DELEGACIÓN DE APOSTOLADO SEGLAR, Los consejos parroquiales de pastoral, Obispado, Ciudad Real 1994.

DIÓCESIS DE MÁLAGA Y CÓRDOBA, La preparación al matrimonio y a la vida familiar (libro de los catequistas y libro de los novios), Cajasur, Córdoba, 2007.


Monografías, estudios y artículos:


AA. VV., El misterio de la Iglesia y la Iglesia como comunión, Palabra, Madrid 1995.
AA. VV., Evangelización y hombre de hoy, Edice, Madrid 1986.
AA. VV., Congreso Parroquia evangelizadora, Edice, Madrid 1989.
AA. VV., Jesucristo, la buena noticia, Edice, Madrid 1997.
AA. VV., Iglesias locales y catolicidad, Universidad Pontificia, Salamanca 1992.
AA. VV., Líneas de acción pastoral. Comisiones de discernimiento, Obispado, Ciudad Real 1996.
R. ACOSTA, La luz que guía toda la vida, Edice, Madrid, 2007.
E. ALBERICH, Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1983.
B. ÁLVAREZ, La Iglesia Diocesana. Reflexión teológica sobre la eclesialidad de la diócesis, Producciones Gráficas S. L., La Laguna 1996.
A. BENLLOCH (ed.), Código de derecho canónico, Edicep, Valencia 1993.
R. BLÁZQUEZ, La Iglesia del Concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca 1988.
M. Mª. BRU, Nuevos movimientos eclesiales, Edibesa, Madrid 1998.
CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA, Lexicón, Palabra, Madrid 2004.
-          La transmisión de la fe en la familia, Ucam-Bac, Madrid, 2007.
F. CHICA, Conciencia y misión de la Iglesia, Bac, Madrid 1996.
INSTITUTO SUPERIOR DE PASTORAL, A vueltas con la parroquia: balance y perspectivas, Verbo Divino, Estella, 2008.
J. LARRÚ, La historia del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia, Fundación Casa de la Familia, Madrid 2006.
L. MELINA, La renovación de la teología moral, Eiunsa, Barcelona 2000.
J. PALOS, L. M. GARCÍA, C. CREMADES (ed.), El matrimonio y la familia, claves de la nueva evangelización, Edicep-Mainel, Valencia 2004.
M. PAYÁ, La parroquia, comunidad evangelizadora, PPC, Madrid 1989.
-          La planificación pastoral al servicio de la Evangelización, PPC, Madrid 1996.
R. PELLITERO (ed.), Los laicos en la eclesiología del Concilio Vaticano II , Rialp, Madrid 2006.
J. J. PÉREZ-SOBA, El corazón de la familia, San Dámaso, Madrid 2006.
J. L. RESTÁN, Diario de un pontificado, Encuentro, Madrid, 2008.
N. RICO (ed.), Aprendamos a amar, Encuentro, Madrid 2007.
A. SCOLA, ¿Quién es la Iglesia? Una clave antropológica y sacramental para la eclesiología, Edicep, Valencia, 2008.
F. SEBASTIÁN, Nueva evangelización. Fe, cultura y política en la España de hoy, Encuentro, Madrid 1991.
-          Documentos pastorales (1993-2003), Verbo Divino-Arzobispado de Pamplona y Tudela, Pamplona 2004.
S. TALTAVULL (ed.), La familia, transmisora de la fe, Edice, Madrid, 2007.
L. TRUJILLO-F. J. LÓPEZ, Meditación sobre la Eucaristía, Sígueme, Salamanca 2008.
L. VIVES, R. ACOSTA, E. ARANDA, La pastoral familiar en las parroquias, Edice, Madrid, 2008.
L. VIVES (ed.), Organizar la Pastoral Familiar, Edice, Madrid, 2007.
-          Misión de la familia en la Nueva Evangelización, Edice, Madrid, 2007.





[1] Cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, Edice, Madrid 2004.
[2] Cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, El servicio a la fe de nuestro pueblo, Edice, Madrid 1983. Respecto a esa década de los ´80 comenta Fernando Chica: “Estos años se engloban bajo el denominador común de la programación pastoral. Este elemento favorece el que las fuerzas se coordinen y la reflexión se puntualice con objetivos prioritarios, acciones precisas en orden a su consecución, sujetos que las llevarán a cabo, fases y calendarios de realización y revisión de lo efectuado. Los planes pastorales suministran las claves para calificar este período como homogéneo, acompasado, constante, sopesado y armónico” (F. CHICA, Conciencia y misión de la Iglesia, Bac, Madrid 1996, 394).
[3] Cf. L. TRUJILLO, “Parroquia, comunidad y misión” en AA.VV., Congreso Parroquia evangelizadora, Edice, Madrid 1989, 119-126.
[4] Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Communionis Notio, 1992. El texto de dicha Carta, así como una presentación de la misma a cargo del entonces Cardenal Ratzinger y diversos comentarios teológicos pueden verse en AA. VV., El misterio de la Iglesia y la Iglesia como comunión, Palabra, Madrid 1995, 101-189.
[5] En España pastoralmente toda la década de los ´80 estuvo marcada por la preparación, celebración y aplicación del Congreso de Evangelización de 1985, cuyas actas quedaron recogidas en AA. VV., Evangelización y hombre de hoy, Edice, Madrid 1986.
[6] “Este tiempo en el que después del amado predecesor Juan Pablo I, Dios me ha confiado por misterioso designio el servicio universal vinculado con la Cátedra de San Pedro en Roma, está muy cercano al año dos mil... Para la Iglesia... aquel año será el año de un gran Jubileo... Estamos, en cierto modo, en el tiempo de un nuevo Adviento” (RH, 1). El Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente de 1994, delineó una programación pastoral para preparar la celebración del Gran Jubileo del 2000. Con dicha programación evidentemente logró marcar el ritmo pastoral de la Iglesia Universal y contribuyó a consolidar la importancia de sincronizar los diversos niveles de la acción pastoral: fundamentalmente el universal, el nacional, el diocesano y el parroquial. En esos mismos años de preparación al Gran Jubileo el Papa Juan Pablo II celebró una serie de Sínodos Continentales que lograron una auténtica conjunción universal de la pastoral en todas las latitudes de la tierra.
[7] Una acertada y amena exposición de los tres primeros años del pontificado de Benedicto XVI puede encontrarse en el libro de J. L. RESTÁN, Diario de un pontificado, Ediciones Encuentro, Madrid, 2008.
[8] Los distintos Congresos promovidos por la Conferencia Episcopal durante las dos últimas décadas del siglo XX se mostraron como factores generadores de cohesión en el seno de las propias diócesis, a través de los trabajos preparatorios a cada uno de esos Congresos, entre los que destacaría el de Evangelización y hombre de hoy (1985), el de Parroquia Evangelizadora (1988), el de Espiritualidad Sacerdotal (1988), el Congreso de Pastoral Evangelizadora (1997), el Congreso Mariológico Nacional (1998) y el Congreso Eucarístico Nacional (1999). Ya en los primeros años del siglo XXI se han celebrado el Congreso de la Familia (2004) y el de Apostolado Seglar (2006). La ponencia inaugural del Congreso de Pastoral Evangelizadora, a cargo de D. Fernando Sebastián, resulta especialmente ilustrativa de todo el recorrido pastoral de la Iglesia en España durante las dos últimas décadas del siglo XX: F. SEBASTIÁN, “El Congreso en el contexto de nuestra andadura” en AA. VV. Jesucristo, la buena noticia, Edice, Madrid 1997, 45-67. Por otra parte, D. Fernando Sebastián prestó también un importante servicio de clarificación pastoral al inicio de la década de los ´90 con la publicación de su libro F. SEBASTIÁN, Nueva evangelización. Fe, cultura y política en la España de hoy, Encuentro, Madrid 1991, del que parece especialmente recomendable el capítulo 5, dedicado a la renovación pastoral de las parroquias (p.113-133). En línea con sus clarividentes intuiciones respecto a la renovación de las parroquias D. Fernando Sebastián publicaría en Octubre del año 2000, en el Boletín del Arzobispado de Pamplona y Tudela, unas Orientaciones prácticas sobre el ordenamiento pastoral de la parroquia, que constituyen un auténtico directorio de pastoral parroquial. Cf. F. SEBASTIÁN, Documentos pastorales (1993-2003), Verbo Divino-Arzobispado de Pamplona y Tudela, Pamplona 2004, 177-228.
[9] Como botón de muestra de esa dinámica de corresponsabilidad eclesial puede ser ilustrativa la gestación y promulgación del Plan Diocesano de Pastoral 2006-2010 de Ciudad Real. En la introducción del plan se lee: “Este Plan  Pastoral asume las principales aportaciones que los distintos arciprestazgos y grupos han realizado. Ésta es una característica que lo define, y pone así en práctica la recomendación que Juan Pablo II hacía a los obispos: “Exhorto ardientemente a los pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad Diocesana con las de la Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal” (Novo Millennio Ineunte, 29). Y aunque en dichas aportaciones, aparecen, a veces, de forma confusa y mezclada, necesidades, retos y objetivos, sin embargo se perciben con claridad unas constantes que preocupan a nuestra comunidad cristiana” (p. 13).
[10] A este respecto comenta con acierto Juan Andrés Talens sobre la desafección de muchos fieles hacia la Humanae vitae: “Como ya es clásico decir, la polémica encíclica de Pablo VI no fue un documento involucionista sino profético, pero nos falta aún dar mucho más contenido teológico y práctico a este término. Treinta y cinco años después todos tenemos experiencia de que los cursillos prematrimoniales siguen estando en manos de gente bienintencionada que no advierte la decisiva trascendencia de sus enseñanzas. Catequistas que subjetivizan completamente la cuestión: cada uno debe decidir en conciencia cómo ejercer su paternidad responsable, después de haber presentado la postura del Magisterio como una decisión inexplicable a favor de una forma de anticoncepción frente a otras en el fondo igualmente válidas en determinadas circunstancias” (J. A. TALENS, “Anticoncepción y métodos naturales. Punto de no retorno en la Nueva Evangelización” en J. PALOS, L. M. GARCÍA, C. CREMADES (ed.), El matrimonio y la familia, claves de la nueva evangelización, Edicep-Mainel, Valencia 2004, 184. En el fondo de esta y otras propuestas, como las del celibato opcional, el sacerdocio de la mujer y otras late la tentación de pretender una democratización de la Iglesia, incompatible con la naturaleza propia de su realidad fundada por Jesucristo.
[11] M. PAYÁ, La parroquia, comunidad evangelizadora, PPC, Madrid 1989.
[12] Este es el caso de la Diócesis de Ciudad Real, por ejemplo, cuya Delegación Diocesana de Apostolado Seglar editó un material estupendo titulado El Consejo Parroquial de Pastoral, Obispado, Ciudad Real 1994, que ha sido utilizado por muchas parroquias para crear o renovar, respectivamente, este órgano de participación eclesial tan importante para la marcha pastoral de una parroquia.
[13] La temática de la XVIII Semana de Teología Pastoral, celebrada del 25 al 27 de enero de 2007 en la sede madrileña del Instituto Superior de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, se centró en la revisión de la vida pastoral de las parroquias, con ánimo de apuntar un balance, así como de apuntar nuevas perspectivas. De entre las distintas ponencias destacaría la del profesor Eloy Bueno, que analiza los movimientos de renovación parroquial de los últimos 40 años. Resulta sintomático que ninguno de esas oleadas de renovación haya tenido a la pastoral familiar como objetivo y centro, lo cual corrobora la urgencia de apuntar justamente en esa nueva dirección. Cf. E. BUENO, “Movimientos de renovación parroquial en los últimos 40 años” en INSTITUTO SUPERIOR DE PASTORAL, A vueltas con la Parroquia: balance y perspectivas, Verbo Divino, Estella, 2008. También la Facultad de Teología de Cataluña celebró a principios de 2008 un Congreso de Teología centrado en la Parroquia, para conmemorar los 25 años de vida de la citada Facultad. Las distintas ponencias están accesibles en la página web de la Facultad de Teología de Cataluña.
[14] Cf. el capitulo 21 de L. TRUJILLO-F. J. LÓPEZ, Meditación sobre la Eucaristía, Sígueme, Salamanca 2008, 351-386, titulado “El ágape: Iglesia particular o ciudad eucaristizada”. Sobre el tema resultan muy ilustrativas las Actas del Coloquio Internacional celebrado en Salamanca del 2 al 7 de abril de 1991: AA. VV. Iglesias locales y catolicidad, Universidad Pontificia, Salamanca 1992.
[15] Cf. R. BLÁZQUEZ, La Iglesia del Concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca, 1988; B. ALVAREZ, La Iglesia Diocesana. Reflexión teológica sobre la eclesialidad de la diócesis, Producciones Gráficas S. L., La Laguna 1996.
[16] Se refiere a las Nuevas realidades eclesiales que han ido adquiriendo carta de ciudadanía eclesial progresivamente, en función de la naturaleza específica de cada una de ellas, a las que sin embargo, no por agruparlas bajo la denominación común de Nuevos movimientos cabe considerar idénticas en sus fines y métodos pastorales, no digamos desde el punto de vista jurídico. Es evidente la riqueza que aportan a la pastoral familiar esos nuevos movimientos; bastaría, para ello, asomarse a la quinta parte de las ponencias y paneles presentados en el V Congreso Mundial Teológico-Pastoral celebrado en Valencia con motivo del V Encuentro Mundial de la Familias, cuyas actas han quedado recogidas en PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA, La transmisión de la fe en la familia, Ucam-Bac, Madrid, 2007, 553-665.
[17] F. SEBASTIÁN, Nueva evangelización. Fe, cultura y política en la España de hoy, Encuentro, Madrid 1991, 113-114.
[18] Cf. M. PAYÁ, La planificación pastoral al servicio de la Evangelización, PPC, Madrid 1996.
[19] CEE, Directorio de Pastoral Familiar, Edice, Madrid 2003, nº 264, p. 218.
[20] También cabe considerar pastorales generales no sólo las referidas al clásico triple munus, sino añadirles las referidas a los tres estados de vida cristiana: sacerdotes, consagrados y laicos. De esta manera y desdoblando las referidas al triple munus, se podrían considerar un total de 9 delegaciones diocesanas generales: Pastoral catequética y Pastoral educativa, Pastoral Litúrgica y Pastoral de la Religiosidad Popular, Pastoral de acción socio-caritativa y Pastoral misionera, Pastoral de la vida sacerdotal, Pastoral de la vida consagrada y Pastoral del Apostolado Seglar. A esas delegaciones habría que añadir otras 11 referidas a las pastorales específicas: Pastoral Obrera, Pastoral Familiar, Pastoral Rural, Pastoral Gitana, Pastoral Universitaria, Pastoral Penitenciaria, Pastoral de Juventud, Pastoral Vocacional, Pastoral de la Salud, Pastoral Penitenciaria y Pastoral de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso. Ese es, aproximadamente, el organigrama pastoral de la Diócesis de Ciudad Real en la actualidad, desde septiembre de 2006, si bien con anterioridad ya se trabajaba más o menos con ese esquema pastoral. Cf. AA. VV. Líneas de acción pastoral. Comisiones de discernimiento, Obispado, Ciudad Real 1996.
[21] J. PABLO II, Familiaris Consortio, nº 70.
[22] Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública, Edice, Madrid 2002. 
[23] Buena muestra de ello fueron las reacciones desmedidas de la opinión pública a la presentación de la Instrucción pastoral La familia, santuario de la vida, que hubiera pasado desapercibida sin la introducción que abría el documento. Cf. J. J. PÉREZ-SOBA, “El “pansexualismo” de la cultura actual” en J. PALOS, L. M. GARCÍA, C. CREMADES (ed.), El matrimonio y la familia, claves de la nueva evangelización, Edicep-Mainel, Valencia 2004, 85-110.
[24] J. PABLO II, Familiaris Consortio, nº 17.
[25] Sobre el proceso histórico de secularización de la familia a partir de la Reforma Protestante: Cf. J. J. PÉREZ-SOBA, El corazón de la familia, San Dámaso, Madrid 2006, 326-329.
[26] Sobre la mentalidad laical inherente al apostolado de los seglares resulta muy ilustrativo el artículo de M. A. GLENDON, “La hora de los laicos” en R. PELLITERO (ed.), Los laicos en la eclesiología del Concilio Vaticano II , Rialp, Madrid 2006 , 199-213.
[27] Cf. CEE, Cristianos laicos, Iglesia en el mundo, Edice, Madrid 1991.
[28] En la celebración del X Sínodo Ordinario de los Obispos, cuyo tema fue precisamente la vida y misión de los Obispos al servicio de la Iglesia, se abordó en profundidad la centralidad de la Parroquia, como estructura básica de las Iglesias Particulares. Ese convencimiento ha quedado expresado en la Exhortación postsinodal en el siguiente párrafo: “Lo que más centró la atención de los Padres sinodales fue la parroquia, recordando que el Obispo es responsable de esta comunidad, eminente entre todas las demás en la diócesis. En efecto –como muchos dijeron- la parroquia sigue siendo el núcleo fundamental en la vida cotidiana de la diócesis” (J. PABLO II, Pastores gregis, nº 45, Paulinas, Madrid 2003, 124).
[29] Cf. F. OCARIZ, “La participación del laico en la misión de la Iglesia” en R. PELLITERO (ed.),  Los laicos en la eclesiología del Concilio Vaticano II , Rialp, Madrid 2006, 47-64.
[30] E. ALBERICH, Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1983, 22.
[31] J. PABLO II, Pastores gregis, Paulinas, Madrid 2003, 75-176. Esta es una Exhortación postsinodal que ha pasado bastante desapercibida, si bien es verdad que toda su riqueza doctrinal y pastoral previsiblemente se plasmará en el nuevo Directorio de pastoral de los Obispos que la misma Exhortación demanda para renovar el del año 1974.
[32] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio de los presbíteros, Ciudad del Vaticano, Roma 1994.
[33] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El presbítero, maestro de la Palabra, ministro de los Sacramentos y guía de la Comunidad, ante el Tercer Milenio Cristiano, Ciudad del Vaticano, Roma 1999.
[34] J. PABLO II, Ecclesia in Europa, Paulinas, Madrid 2003.
[35] Se podrían poner muchos ejemplos concretos, pero hay algunos bastante paradigmáticos y muy comunes. Algunos voluntarios de Cáritas, generalmente, en su afán de conseguir que su labor sea considerada algo fundamental en la vida de las parroquias, como realmente lo es, siempre consideran escaso el tono social que debe colorear cualquier actividad eclesial.
[36] De ello podrían dar testimonio los directores de Secretariados o Delegaciones Diocesanas de nueva creación, en las últimas décadas del siglo XX, que no pueden tener la satisfacción de haber contribuido a poner en funcionamiento mínimamente el departamento pastoral que se les encomendó.
[37] Comenta Domingo J. Andrés Gutiérrez al respecto: “Aunque su osatura es la que los cc. 511-514 delinean para el diocesano, es evidente que su creación no debe limitarse a copiar estos cc. diciendo párroco donde dicen Obispo; es más fértil, específico y necesario reflejar la realidad global de cada parroquia, tanto en el plano compositivo y representativo, como en el de las funciones y fines y en el de la armonía con otros varios consejos sectoriales imprescindibles al dinamismo de una parroquia” en A. BENLLOCH (ed.), Código de derecho canónico, Edicep, Valencia 1993, 265.
[38] Cf. A. MARZOA, “Los consejos pastorales diocesanos e infradiocesanos” en ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE CANONISTAS, Derecho particular de la Iglesia en España, Universidad Pontificia, Salamanca 1986, 67-102.
[39] A. VIANA, Organización del gobierno de la Iglesia, Eunsa, Pamplona 1995, 280.
[40] Íbidem, 281.
[41] Tal es la estructura del estatuto-marco que se propuso desde el Obispado hace ya años.
[42] Cf. CEE, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1999; CEE, Orientaciones pastorales para la iniciación cristiana de niños no bautizados en su infancia, Edice, Madrid 2004.
[43] Cf. CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA, “Vademécum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal” en Enchiridion de la Familia, Palabra, Madrid 2000, 841-863.
[44] Cf. CEAS, Preparación al matrimonio cristiano, Edice, Madrid 2001; DIÓCESIS DE MÁLAGA Y CÓRDOBA, La preparación al Matrimonio y a la vida familiar, (libro de los catequistas y libro de los novios), Cajasur, Córdoba, 2007; Delegación Diocesana de Pastoral Familiar, Algunos criterios para la revisión y actualización de los encuentros de preparación al sacramento del Matrimonio, Ciudad Real 2008.
[45] Bien sea a través del Teen Star o de algunos materiales como el que ofrece N. RICO (ed.), Aprendamos a amar, Encuentro, Madrid 2007.
[46] J. PABLO II, Familiaris Consortio, nn. 77-85. Especial interés tiene para esta tarea el artículo de E. MARCÚS, “Pastoral de los divorciados vueltos a casar” en CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA, Lexicón, Palabra, Madrid 2004, 925-942.
[47] Un tratamiento equilibrado y muy reciente de esa temática puede encontrarse en el capítulo 9 de A. SCOLA, ¿Quién es la Iglesia? Una clave antropológica y sacramental para la eclesiología, Edicep, Valencia, 2008, 237-264.
[48] Cf. J. ALIAGA, P. PEREZ, Mª A. ALONSO, “Movimientos apostólicos y parroquia” en AA.VV., Congreso Parroquia evangelizadora, Edice, Madrid, 1989, 209-213.
[49] Cf. J. L. RESTÁN, “Movimientos eclesiales y nueva evangelización” en AA. VV., Jesucristo, la buena noticia, Edice, Madrid 1997, 459-464.
[50] Cf. BENEDICTO XVI, Los movimientos en la Iglesia, Paulinas, Madrid 2006. En la Diócesis la Delegación de Apostolado Seglar viene impulsado, los últimos años, el conocimiento mutuo de los distintos movimientos en la jornada diocesana que se celebra en Pentecostés
[51] Cf. J. J. PÉREZ-SOBA, “La Humanae Vitae cuarenta años después” en Vida Nueva, nº 2647 (7-13 de febrero de 2009), 23-30.
[52] Cf. L. MELINA, La renovación de la teología moral, Eiunsa, Barcelona 2000.
[53] Resulta verdaderamente instructivo el conocimiento de la historia del Instituto Juan Pablo II, por breve que sea el lapso de sus primeros 25 años de andadura: en ellos puede leerse, entre líneas, los graves problemas que ha tenido que sortear la teología del matrimonio y la familia, con la repercusión evidente de esos conflictos en el terreno pastoral. Cf. J. LARRÚ, La historia del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia, Fundación Casa de la Familia, Madrid 2006. Con motivo del 40º aniversario de esa encíclica se han celebrado en el año 2008 diversos Congresos Teológicos Internacionales, cuyas actas serán publicadas próximamente. El Papa Benedicto XVI dirigió un importante Discurso a los asistentes a uno de esos Congresos.
[54] F. SEBASTIÁN, Ordenamiento de la pastoral parroquial. Orientaciones prácticas, Publicaciones pastorales nº 8, Diócesis de Pamplona y Tudela, 2000, 58.
[55] Cf. M. Mª BRU, Nuevos movimientos eclesiales, Edibesa, Madrid 1998.
[56] Las preguntas pueden surgir también de otras propuestas para tratar de organizar la pastoral familiar, no sólo en general, sino también en el ámbito de la parroquia: Cf.  L. VIVES (ed.), Organizar la pastoral familiar, Edice, Madrid, 2007; L. VIVES (ed), Misión de la familia en la Nueva Evangelización, Edice, Madrid, 2007; S. TALTAVULL (ed.), La familia transmisora de la fe, Edice, Madrid, 2007; R. ACOSTA, La luz del amor que ilumina el camino de la vida, Edice, Madrid, 2007; R. ACOSTA, E. ARANDA, La pastoral familiar en las parroquias, Edice, Madrid, 2008.
[57] CEE, Directorio de Pastoral Familiar de la Iglesia Española, nº 264, Edice, Madrid 2003.
[58] Un caso paradigmático resulta la programación trienal de la Diócesis de Madrid para los años 2008-2011 focalizada en la pastoral familiar, presentada en la Carta Pastoral del Cardenal Arzobispo Mons. Rouco, titulada “La familia: vida y esperanza para la humanidad” (24 de junio de 2008).
[59] Como material básico para esa formación inicial puede resultar útil L. VIVES, R. ACOSTA, E. ARANDA, La pastoral familiar en la parroquia, Edice, Madrid, 2008; así como el capítulo 7 del libro de R. ACOSTA, La luz que guía toda la vida, Edice, Madrid, 2007, 233-269.


No hay comentarios:

Publicar un comentario