Nota ante la resolución del Constitucional
sobre el aborto
Después de 13 años el Tribunal Constitucional ha rechazado la ponencia
que declaraba inconstitucional la «Ley Orgánica 2/2010 de salud sexual y
reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo», y ha pedido
una nueva ponencia.
Esta decisión permitirá entender el aborto como un derecho, declarando
constitucional que haya seres humanos que no tienen derechos, y avalando
de este modo una ley ideológica, anticientífica y que promueve la
desigualdad.
1. Ley ideológica. Esta resolución permitirá
determinar, en nombre del materialismo más radical, la eliminación de
los seres humanos en la primera etapa de su vida. Es triste que la
legislación y la política instauren un darwinismo social al servicio del
neocapitalismo más salvaje, en vez de buscar el bien común y la defensa
de los más débiles.
2. Ley acientífica. Recientemente hemos afirmado en el
documento El Dios fiel mantiene su alianza que «desde la aprobación del
aborto en 1985, los conocimientos sobre el ADN, las ecografías 3D, 4D y
5D permiten afirmar aún con más contundencia que negar que existe una
nueva vida en el seno de una mujer embarazada desde la concepción es
irracional, y afirmar que un supuesto «derecho a decidir sobre el propio
cuerpo», una falacia. Si el mundo sigue profundizando en el paradigma
ecológico de los cuidados, algún día lloraremos los millones de víctimas
que nunca pudieron siquiera ver la luz ni darnos su luz».
3. Ley que promueve la desigualdad, ya que permite que
los Síndrome de Down sean abortados hasta los cinco meses y medio. De
este modo, el Tribunal Constitucional, que debería ser el garante último
de los derechos fundamentales, permitirá atentar contra la vida humana y
contra la igualdad de todos. Ante esta decisión, queremos recordar que
la vida humana es un don de Dios, de manera que nadie puede disponer de
la vida de otro ser humano. «La vida humana es sagrada e inviolable en
cada momento de su existencia, también en el inicial que precede al
nacimiento. El hombre, desde el seno materno, pertenece a Dios que lo
escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve
mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé el
adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya
escrita en el «libro de la vida» (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae n.º 61).
La historia nos enseña que cada vez que el ser humano se ha cuestionado
la dignidad o el valor de ciertas vidas humanas, por distintos motivos,
como por ejemplo la raza, el color de la piel o las creencias, se ha
equivocado gravemente. Del mismo modo, es un lamentable error cuestionar
la dignidad de la vida humana en función de la edad.
Como Iglesia, solo podemos ser voz de los sin voz, haciendo resonar el
grito silencioso de tantas vidas humanas que claman desde el seno de sus
madres, pidiendo justicia para que se respete su derecho a vivir. Esto
no significa en ningún sentido abandonar a las mujeres que tienen
problemas para seguir adelante con su embarazo. Al contrario, queremos
estar a su lado, acogiéndolas y ofreciéndoles una ayuda integral. A su
vez, nos dirigimos a aquellas mujeres que han abortado voluntariamente,
con el deseo de recordarles que, en el rostro misericordioso de Jesús,
encontrarán consuelo y esperanza.
Pedimos a las distintas administraciones que, en lugar de proclamar el
derecho al aborto, promuevan iniciativas que ayuden a la mujer a vivir
su maternidad, evitando ser abocada al aborto.
Como dice San Juan Pablo II en Evangelium Vitae: «El Evangelio
de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. El
tema de la vida y de su defensa y promoción no es prerrogativa única de
los cristianos. Aunque de la fe recibe luz y fuerza extraordinarias,
pertenece a toda conciencia humana que aspira a la verdad y está atenta y
preocupada por la suerte de la humanidad. En la vida hay seguramente un
valor sagrado y religioso, pero de ningún modo interpela sólo a los
creyentes: en efecto, se trata de un valor que cada ser humano puede
comprender también a la luz de la razón y que, por tanto, afecta
necesariamente a todos».
Que santa María interceda para que anunciemos con firmeza y amor a los hombres de nuestro tiempo el Evangelio de la Vida.
Mons. D. José Mazuelos Pérez, obispo de Canarias.
Presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida
Mons. D. Ángel Pérez-Pueyo, obispo de Barbastro-Monzón
Mons. D. Santos Montoya Torres, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño
Mons. D. Francisco Gil Hellín, arzobispo emérito de Burgos
Mons. D. Juan Antonio Reig Pla, obispo emérito de Alcalá de Henares